Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
Juan de Villanueva: primeros trabajos

(C) Pedro Moleón Gavilanes



Comentario

La aceptación del proyecto del Oratorio del Caballero de Gracia acerca a Villanueva a una tipología edificatoria de esquema basilical que marcará como una obsesión recurrente el resto de su actividad en estos años de madurez. Son conocidas cuatro basílicas en la obra del arquitecto, dos destinadas a fines religiosos -ésta del Oratorio y otra proyectada en 1794 para un lugar desconocido y no construida- y dos con un destino civil, ambas como salón de juntas del actual Museo del Prado, que, por diferentes razones para cada una, tampoco se construyeron.
En la primera y única realizada, Villanueva tenía que ampliar, sobre un estrecho solar entre medianeras y con dos posibles fachadas en lados opuestos, el oratorio existente añadiendo un crucero cupulado, un presbiterio y nuevas dependencias anexas -sacristía, sala de juntas y cuartos de capellanes-. A finales de febrero de 1782, el arquitecto presenta dos plantas a la congregación; una, ampliando lo existente como se le pedía, "recomponiendo toda la nave con la formación de unas pilastras y capillas, afín de unirla al carácter de la nueva capilla mayor o crucero que propongo hacer"; otra, de esquema basilical, para un oratorio totalmente nuevo "que haría en obra mejor efecto, con más variedad y novedad a causa de no hallarse en esta Corte alguna otra de tal idea".

Esta versión es la elegida para su construcción y para que Villanueva complete el proyecto con los alzados interiores, que el arquitecto entrega en junio del mismo año. Entre noviembre de 1782 y febrero de 1795 se realiza la obra interior del oratorio -la fachada, proyectada en 1789, no se construyó hasta 1830, con alteraciones y bajo la dirección de Custodio Moreno-, entre prolongadas paralizaciones intermedias.

El oratorio se construye como un gran salón corintio en el que solamente el coro alto, el crucero y el presbiterio permiten asociarlo a un destino religioso. En su esquema basilical se acusan los ecos de obras como la capilla de Versalles de J. H. Mansart o la ya mencionada basílica parisina del coetáneo J. F. Chalgrin. En su efectismo espacial, el que mejor anticipa lo que hubiera sido el resultado del proyecto definitivo del Salón de Juntas del Museo del Prado, el antecedente más próximo lo encontramos, por diferente que sea su adscripción estilística y su destino, en la Scala Regia que Bernini construyó en el Vaticano, una obra en la que la focalidad perspectiva, la pérdida aparente de los límites laterales de la nave -y aquí también del crucero- o la virtual regularidad del trazado dominan al observador, allí y aquí, como ilusiones perceptivas.

Otras obras para Madrid ocuparán a Villanueva en este período; el pabellón de invernáculos del Jardín Botánico (1781) y su ampliación con la cátedra Cavanilles (1794), la galería de columnas de la fachada norte del Ayuntamiento (1787-89), los ornatos de la casa de la condesa de Benavente y de la del duque de Alba (1789), el edificio de la actual Academia de la Historia en la calle del León (1789), el proyecto de reconstrucción de la Plaza Mayor (1791), la reforma del convento de San Francisco (1791, no realizada) y la reconstrucción de la Cárcel de Corte (1791) son ejemplos de ello.

En los sitios reales, Villanueva proyecta y dirige la ejecución del canal del Gran Priorato de San Juan (1781-88), la Casita del Príncipe de El Pardo (1784-91), la reforma de la fachada Norte y la nueva escalera del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (1793) y, en el Jardín del Príncipe de Aranjuez, los templetes del estanque de los peces (1793) y la primera versión de la Casita del Labrador (1794-98).

Pero es en el Museo del Paseo del Prado y en el Observatorio Astronómico donde la obra de Villanueva responde a los valores más característicos del clasicismo romántico, para el que razón y emoción, efectos de luces y sombras, son motivos de la acción proyectual, interaccionados por un mismo y único pensamiento generador.

No será la adaptación al lugar, sino la consideración del territorio del que la arquitectura se adueña, la interpretación del medio que transforma, la que permita a Villanueva reflexionar sobre la doble solicitud del edificio y de la ciudad; sobre el valor del tipo como estructura formal y temáticamente recurrente con el tholos y las basílicas que puntean su obra; sobre la peculiaridad de sus pórticos excavados y de la interpuesta espacialidad que une y separa el interior y el exterior del edificio; sobre los órdenes clásicos como instrumentos para diferenciar las autonomías parciales de la composición, la variedad y el contraste de luces y sombras como fines en sí, y para disociar estructura y cerramiento, misión portante y materia envolvente, solidez y venustidad, identidad estilística y elocuencia parlante de la deseada utilidad a la que conviene, en sus palabras, "la juiciosa libertad de la Arquitectura".